El sábado pasado vivimos una más que agradable jornada musical en La Redondela con la celebración de la 4ª edición del Kanina, un festival que sin duda cotiza al alza.
Dejamos la completa y fantástica crónica realizada por el .../...
periodista Diego Soto. Al final del texto hay algunas fotos...
La cuarta edición del festival onubense Kanina Rock ha sido un éxito. Inapelable en el concepto, milimétrico en las formas. Sus cimientos, de roca maciza, se han convertido en indestructibles. Calidad musical, autogestión y gratuidad se ponen al servicio de un público que año tras año demuestra fidelidad. Sin duda, el camino está bien cimentado.
Aquello que comenzó como una aventura nocturna de playa veraniega se ha convertido en todo un fenómeno local, con visos de convertirse en una imprescindible cita estival de este pequeño pueblo llamado La Redondela. Como el buen vino, se engrandece con los años. Sin duda, de seguir en esta línea, será uva reserva y de calidad.
La experiencia adquirida se palpa y la música se mastica de un modo enfermizo. Con un sonido excelso e hipnótico, los asistentes a este cuarto encuentro han podido vibrar sobremanera con un cartel heterogéneo, diverso y de empaque creciente. Casi doce horas de música continua, interrumpidas por una invitada ocasional y ciertamente fastidiosa en el ocaso del encuentro: la lluvia, aunque ésta no consiguió cesar el ánimo de las centenas de asistentes que se dieron cita para disfrutar hasta altas horas de la madrugada de rock, death metal o blues psicobilly, entre otros géneros.
Sin duda, el sabor de boca que deja esta edición resulta delicioso. Su receta funciona. Los ingredientes, suculentos y variados, permiten degustar nuevas texturas, bandas poco conocidas y otras que ya se dan a conocer bajo el influjo de una brisa atlántica en la que se respira el apego a lo hogareño y en las que no se recurre a los falsos clichés. “Todos somos el Kanina Rock” rezan desde la organización.
El festival ha ganado en todas sus vertientes. Excelente organización, gran sonido y bandas que año tras año aumentan las expectativas de la corporación para la siguiente cita. Así es el Kanina Rock. Perseverante, incansable y trabajador. Todo ello gracias al esfuerzo de muchas manos que desinteresadamente están haciendo de un sueño algo real, palpable, guiados eso sí, por una organización que demuestra, ante todo, compromiso y amor por este enclave onubense. Bravo por ellos.
Formaciones:
El cartel del KR 2011 ha estado corporizado por ocho formaciones con poco nombre pero gran empaque. Bacum Cup, conformada en su mayoría por oriundos de esta villa, abrían esta edición a golpe de blues-rock fundamentado en la visión hispana del género. Sin duda, una grata sorpresa pues los postulados que defienden resultan férreos, bien trabajados y con una proyección altamente productiva. Vino joven pero con cuerpo y fuerza. ¡Qué ganas de verlos fuera de estos lares!
Con un calor de justicia, caldeado el ambiente, hacían acto de presencia Payasos Dopados. Sin duda, una de las formaciones que más gustó a un público cada vez más entregado. Actuación pulcra, anfetamínica y dopada por un cuarteto que bebe a chorro del rock y el ska facturado en la península y Latinoamérica. No importaron las cuatro gotas de lluvia. Terminaron la faena saliendo por la puerta grande.
Los extremeños Lapsus tomarían el testigo. Concierto potente y directo. Balazos de rock español influenciados por capitanes del estilo como Boikot o Barricada que auguraban una cita realmente excitante. El futuro les depara grandes noches.
Llegaba el momento para Anvil of Doom. Brutal actuación de una formación a la altura de los grandes del género. Una hora de tralla metalera y exquisita puesta técnica en escena en la que sobresalió sobremanera una batería aritméticamente perfecta. Con su presencia, los decibelios descosieron almas sensibles. Los poros no podían contener tal exhalación. Sinceramente, un concierto redondo y de doble bombo.
El clímax del festival pasaba por su mejor momento. El público estaba totalmente entregado. No era para menos. Quedaban cuatro bandas y hasta el momento, el listón se había puesto muy alto. La tierra comenzaba a rugir. Temblaba, como si el calor de las entrañas terráqueas agrietase la tierra y la partiera en dos. Guadalupe Plata saltaba al escenario.
La onda expansiva que generan los de Úbeda resquebraja el desierto, excita a la serpiente venenosa y enloquece al diablo. Una vez se ingiere su pócima incendiaria, el pecado es el cielo. En su misa se reza a los muertos, bajo un sermón ya maduro a golpe de trallazos abrasivos de blues primitivo y psichobilly. Su objetivo: recoger los huesos, si es que quedan, del devoto que acude a su liturgia. Sin duda, el albero se hizo camposanto.
Echovolt serían los siguientes. Hora larga de extenuante ritmo que levantó el ánimo de los asistentes hasta copas insospechadas. Pinceladas de unos Linkin Park en su estado más púber, extenuantes sonoridades parejas a los excitantes Manic Drive. Factura impoluta y puesta en escena realmente animosa. No es casualidad que los de Chiclana de la Frontera estén siendo mentados de modo sobresaliente en las citas veraniegas. No tienen desperdicio.
La noche entraba en su fase más calurosa. Los fantasmas de la lluvia parecían haberse quedado sin llanto. Mother Sloth se subían al escenario con talante de gran banda. Sin duda, lo que se pudo ver de ellos no demuestra lo contrario sino que lo refuta. Orgullosos estarían los Black Sabbath si supieran de su presencia. Pero el maleficio llegaría. Con apenas media hora sobre la tarima un chubasco contundente los dejaría a medias, como a mitad de un buen polvo. Merecen otra oportunidad. Su directo resultaba realmente ameno.
Los peores augurios se cumplían. Terminaba la fiesta y lo peor de todo: Authomatica se quedaba con la miel en los labios. Los de Cartaya tendrían que recoger los bártulos y esperar a una nueva edición para demostrar su denostada valía sobre los palés del Kanina. Una pena pues hubieran reventado a un público que demandaba una gran despedida. Sin duda, el Kanina les debe una segunda oportunidad.
Como abejas que se quedan sin el néctar, el medio millar de asistentes se quedaba con ganas de más festival. Un año de esfuerzo incalculable por parte de la organización parecía echarse por tierra. Pero no fue así pues había sido una noche perfecta. Qué más se podía pedir. Quizás solo una cosa: que pasase pronto el devenir de los días para volver a disfrutar del Kanina Rock. Menudo festival.
DIEGO SOTO